jueves, 21 de enero de 2016

Ocho años después de Lehman Brothers: retrocede el capitalismo y avanza la revolución

Las mujeres kurdas, vanguardia del proceso revolucionario en Medio Oriente.

A ocho años del estallido del crack financiero, la crisis capitalista se ha profundizado debido a la incapacidad de los estados imperialistas de recuperar los miles de millones que invirtieron para evitar el colapso de las instituciones bancarias.
Cuando los jefes del imperio pusieron en marcha su oneroso plan de “Salvataje”, apostaron a recobrar lo invertido -y ganar mucho más- mediante un incremento cualitativo de la productividad obrera y la profundización de la recolonización planetaria.
Este intento les fracasó, ya que no lograron frenar las luchas de los trabajadores y los pueblos en los países más emblemáticos y, mucho menos, en la región más convulsionada de la Tierra, el lugar en el que se debaten a muerte la Revolución y la Contrarrevolución: Medio Oriente.
En ese marco, la “Primavera Árabe” no solo no se detuvo, sino que se transformó en un poderoso proceso revolucionario que después de explotar en el Norte de Siria o Rojava avanzó, para instalarse y radicalizarse, en la segunda potencia militar de la OTAN, Turquía.  
Los jóvenes kurdos de ese país están siguiendo el camino de sus pares de Rojava, construyendo asambleas populares que resuelven la “autonomía” con respecto al estado turco y las YPS, Brigadas de Autodefensa Civiles que defienden el régimen de la democracia directa.
Los integrantes del Frente Contrarrevolucionario enfrentan este proceso revolucionario, que tiene su centro en Medio Oriente, inmersos en una gran recesión mundial y cada vez más divididos, porque el achicamiento de la “torta” los empuja a pelearse duramente entre sí.
Por esa razón, mientras un sector del imperialismo planificó junto al estado turco, Israel e ISIS el aplastamiento militar de los kurdos de Rojava, el otro -liderado por Obama- intenta aprovechar el avance de las YPG para pegarles a sus competidores regionales.
En ese marco se están delineando dos bandos: El del presidente yanqui,  que pactando con Irán se ha puesto al frente del sector que -tibia e inconsecuentemente- pelea contra ISIS, junto a Putin, el presidente sirio Bashar Al Assad y algunos países europeos, como Italia.
En el otro pelotón, que cuenta con el apoyo “bajo cuerda” de sectores del Partido Republicano y el sionismo, se ubica la coalición sunita liderada por Arabia Saudita, dentro de la cual están Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Sudán, Turquía, Bareihn, Pakistán y otros. 
El arma más poderosa de esta alianza conducida por reyes, jeques y emires es el petróleo. Por esto, su principal productor, Arabia, ha decidido inundar al mundo de crudo, provocando una caída del precio del barril, que de haber llegado a más de cien dólares llegó a cerca de los 20.
El objetivo de Arabia es golpear a su principal competidor en la región -Irán- y quebrarle el espinazo al autoabastecimiento petrolero estadounidenses, que fue alcanzado gracias al uso del “fracking”, que es la misma técnica que se aplica en Vaca Muerta y otros emprendimientos.
Con la caída del precio los árabes están logrando esto último, para lo cual cuentan el apoyo de una parte del Partido Republicano, que está relacionado a la producción “convencional” o apuesta a la disminución de los precios para empujar la reactivación de otras industrias, como la armamentística.
No es casual que el ex candidato presidencial y uno de los personajes involucrados en la organización de Al Qaeda y el Estado Islámico -el senador de Arizona John McCain- haya declarado que “la disminución de los precios árabes favorece a los Estados Unidos…”.
Caída de las bolsas y retroceso de la economía china
El retroceso anual de más del 50% de los precios del petróleo empujó el derrumbe de las bolsas: Wall Street acaba de caer 3,4%, las europeas más de 4% y el Merval argentino, 4% con derrumbe del 6% en las acciones de YPF, la empresa más grande del país que cotiza afuera.
El “baño” de petróleo y la recesión mundial que han provocado esta caída de las acciones y los bonos también golpeó a China, que después de crecer al 11% anual este año lo hará al 6,4% -y el próximo a menos- dejando de ser la locomotora del crecimiento planetario.
Frente a todo esto la Reserva Federal de los Estados Unidos aumentó sus tasas, de manera de captar capitales y fortalecer al dólar. Esta política, a su vez intensifica la caída de los precios de las materias primas, como la soja y el petróleo, que están en franca disminución.
Argentina sufrirá más que nadie estas políticas, ya que al empobrecimiento de los precios de la soja se les sumarán la falta de inversiones en petroleras o megamineras y la crisis de sus principales mercados externos -China y Brasil- dos de los países más afectados por la recesión.
La recesión mundial viene acompañada por una tendencia a la baja en los precios de los principales productos básicos. El petróleo no es una excepción: el precio se derrumbó de 137 a 35 dólares por barril entre junio y diciembre de 2008.
El precio promedió unos 61 dólares por barril en 2009. El cártel de productores administró la oferta y la tendencia al alza se recuperó, alcanzando un promedio de 107 dólares por barril entre 2011 y 2013, aunque una fuerte volatilidad marcó el mercado mundial de crudo.
Las pérdidas por la caída inicial causada por la recesión y la volatilidad abrieron las puertas a una guerra de precios. Por eso la OPEP está inyectando unos 30 millones de barriles de petróleo al mercado mundial, el equivalente a la tercera parte del consumo mundial de crudo.
Guerra contra el fracking
El mercado está saturado y el precio del crudo ha caído de 115 dólares/barril en junio de este año a unos 27 dólares/barril, tendencia que continúa desarrollándose. Es evidente que Riyadh, que es la capital de Arabia, se ha embarcado en una guerra de precios sin cuartel.
Para acabar con el Fracking, los jerarcas de ese país deben mantener precios inferiores al nivel de costo de producción de los yanquis durante un tiempo suficientemente largo (la producción no es rentable cuando los precios son inferiores al costo de extracción y comercialización).
Para tener una idea del nivel de precios necesario para quebrar la industria del fracking es importante contar con datos sobre costos de producción unitarios en los campos más representativos de la industria estadounidense.
A un precio de 70 dólares/barril, 90 ciento de los campos en EE.UU. podrían seguir operando. Pero las cosas cambian cuando los precios llegan a los 60 dólares: alrededor de 40 por ciento de la producción por medio de fractura hidráulica en Estados Unidos se torna no competitiva.
Uno de los más grandes productores está en Dakota del Norte, donde el complejo Bakken produjo el año pasado unos 300 mil barriles diarios, convirtiéndose en la estrella del fracking. Pero ahora sus costos de producción rebasan los 60 dólares y está al borde del colapso.
Para ganar semejante guerra de precios no sólo se necesita una estructuras de costos eficientes que permita deprimir los precios sin perder, también es necesario contar con reservas y fuertes aliados imperialistas.  Arabia Saudita tiene todas estas cosas.
El costo de producción de su Arabian Light es notablemente inferior al West Texas y al Brent International, las dos referencias más importantes en el mercado mundial. Con estas “espaldas” Riyadh logró que este año el número de solicitudes para abrir nuevos pozos de fracking haya caído más del 40 por ciento.
Hay que considerar que muchos productores yanquis se han endeudado enormemente para iniciar sus operaciones, por lo tanto que esas cargas financieras comenzarán a pesarles, especialmente luego de los cambios en la política monetaria anunciados para el año que viene.
El fin de la burbuja del shale
Obama muchas veces dijo que su país contaba “con reservas suficientes de gas natural y petróleo” -vinculado a los yacimientos de fracking- “para suministrar energía durante 100 años”, construyendo una realidad virtual que no se condijo que lo que terminó sucediendo.
David Hughes, un clásico de la industria pesada y miembro de Post Carbon Institute, refutó las proyecciones del gobierno indicando que  un “riguroso análisis de las reservas existentes, conducía a una proyección de 25 años, en vez de los 100 prometidos por el presidente.”
En este caso se desarrolló algo parecido a lo que aconteció con la industria de la construcción, donde se “infló” la burbuja inmobiliaria para hacer grandes negocios. Otra estudiosa, Deborah Rogers, explicó esto afirmando que las reservas “shale” estaban “infladas” hasta un 400/500%.
David Hughes analizó los datos de 65.000 pozos de 31 cuencas de gas en todo Estados Unidos, concluyendo que los pozos experimentan tasas muy acentuadas de agotamiento, requiriendo por tanto un ritmo frenético de perforación para compensar dichos descensos.
Aproximadamente unos 7.200 nuevos pozos de shale-gas deben ser perforados cada año a razón de más de 42 mil millones de dólares solo para mantener los niveles actuales de producción, cuando ¡El valor de la producción total de gas en 2012 fue de 32 mil millones!
Cabe destacar que los yacimientos de shale-gas que hoy producen el 80% del gas natural yanqui alcanzaron su meseta de producción en 2011, estando todos en franco declive, mientras que la del petróleo alcanzará su pico en 2017 y se agotará hacia 2025.
El lobby empresarial relacionado al fracking siempre conoció estas cifras. Sin embargo las ocultó con el propósito de mantener e incrementar los negocios y embaucar a sectores del empresariado e inversores, muchos de los cuales ya comenzaron a abandonar el sector.
Pero también el gobierno de los Estados Unidos ha utilizado estas proyecciones infladas para posicionarse -de manera irreal- como la potencia “líder” del campo energético, tratando de “correr con la vaina” a sus principales competidores -proveedores- como Rusia o Arabia Saudí.
Por esa razón diferentes analistas internacionales relacionan la política yanqui hacia Medio Oriente con el interés de sus líderes de incrementar la competitividad de su producción en términos relativos, manteniendo altos los precios del gas y el petróleo.
La realidad le jugó una mala pasada a los Estados Unidos porque sus competidores más importantes no se dejaron “correr con la vaina” y decidieron aprovecharse de la debilidad imperialista para desatar una tremenda y devastadora guerra mundial de precios.
Esta guerra está provocando la explosión de la “burbuja” del fracking, con un efecto similar al que se produjo cuando reventó la “burbuja” inmobiliaria tras la crisis internacional de 2008, dejando a las instituciones financieras sepultadas bajo montañas de créditos incobrables.
Halliburton y el fracking
El 'fracking' consiste en la inyección en el subsuelo de grandes volúmenes de agua para poder liberar el gas subterráneo. Esta técnica, que podría multiplicar por seis las reservas mundiales de crudo, ha provocado las airadas reacciones en los países centrales como Estados Unidos.
Por esa razón Obama se vio obligado a instituir la ley Hinchey, que restringe algunos de los “privilegios” que disfrutaron las empresas de fracking durante la Administración Bush, aprovechando las ventajas que habían sido introducidas por vicepresidente Dick Chenney.
Cuando Chenney consiguió la aprobación varias reglamentaciones pro fracking, esa industria quedó en condiciones de acceder a los recursos acuíferos, pasando por encima del marco legal que históricamente los protegía, mediante la “Safe Drinking Water Act” dictada por Nixon.
Dick Chenney, con su “Energy Bill” de 2005, eximió a las compañías de cumplir con ciertas restricciones, como las actas “Clean Air Act” o ”Clean Water Act”. También hubo exenciones, para la adquisición de reservas de suelo para la actividad exploratoria y extractiva.
Así, durante la segunda Administración Bush, se produjo un despliegue de infraestructura extractiva de fracking -desordenado, voraz y especulativo- permitiéndose operaciones de extracción en suelo público que produjo la contaminación de subcuencas hidrológicas. 
Las compañías favorecidas fueron Cabot Oil&Gas, Williams, Encana y Chesapeake. Sin embargo la más beneficiada fue la multinacional Halliburton. Esto no fue ninguna casualidad, ya que Dick Chenney había trabajado allí como su CEO, cargo equivalente al ejecutivo principal.
Chenney creó el “Energy Task Force”, un grupo de trabajo que organizó hasta un total de 40 reuniones con los agentes del lobby industrial y energético del fracking, y solo una vez con afectados y protectores de los recursos naturales y la salud pública.
El lobby aportó una cifra de unos 100 millones de dólares, claves para la aprobación del “Energy Policiy Act” de 2005, con Chenney de Vicepresidente. Esto se conoció como el “vacío Halliburton”, vació legal sobre la “Safety Drinking Water Act” de la Administración Nixon.
La “Energy Policiy Act” consentía la inyección de componentes químicos tóxicos en zonas de acumulación de recursos hídricos, muchos de ellos aguas para abastecimiento. Cualquier alegación, información contraria, reclamación, fue anulada por la Administración Bush.
Halliburton creó el sistema Perm Stim Fracturing Service, un fluido de fracturación que anunciaron, de manera mentirosa, como “el más eficiente y limpio en el proceso de fractura “. Este líquido, cuya fórmula es secreta, es un polímero natural de residuo no insoluble.
Halliburton, Monsanto, recolonización y saqueo…
Halliburton está detrás de las empresas del fracking, actuando como lo hace Monsanto entre los productores de soja, ya que esta compañía domina a los productores mediante la provisión exclusiva de tecnología de punta, lo que las termina haciendo dependientes del monopolio.
Cuando explicábamos que el cambio de gobierno argentio expresaba disputas entre distintas facciones burguesas, también decíamos que existía un hilo de continuidad, como la permanencia del agente de Monsanto Lino Barañao al frente del Ministerio de Ciencia.
Otro de los personajes que tienen que ver con esta continuidad que trasciende el signo de los gobiernos es el actual presidente de la YPF “nacional  y popular, Miguel Galuccio, quien no por casualidad viene de desempeñarse como alto funcionario de Halliburton Internacional.
La confirmación de Galuccio y Lino Barañao está íntimamente ligada a la política macrista de profundización del Plan de Saqueo de los Recursos mediante la utilización de las técnicas más devastadoras, como la minería a cielo abierto, los transgénicos, los agrotóxicos y el fracking.
La crisis le pegó un golpe al gobierno, liquidando cualquier posibilidad de hacer “diferencia” a través de estas explotaciones, debido a la caída de los precios de las materias primas y por la enorme inversión que necesitaría para sostener emprendimientos como Vaca Muerta.  
La guerra de precios que se está desarrollando en Medio Oriente, sumada al aumento geométrico de los costos del fracking, la recesión mundial y la debacle de los principales mercados de granos, conduce irremediablemente a nuestro país a una situación gravísima. 
La Guerra de Siria y el gasoducto chiita
Íntimamente relacionada a la “guerra de precios” existe otra guerra más violenta, la que está teniendo lugar en Siria e Irak -con la utilización de todo tipo de armas y explosivos- y que ahora se está trasladando hacia Turquía, Irán, Bareihn, Yemen y otros países de Medio Oriente.
Es que junto a la intención imperialista de acabar con la Primavera Árabe existe una enorme disputa de intereses relacionados al transporte del gas y del petróleo mediante gasoductos, oleoductos y puertos de embarque hacia Europa, que es el principal mercado de la región.
Esta guerra involucra a productores -Rusia, Irán, Irak, Arabia, Qatar, Kuwait, Emiratos, Bareihn, etc.-, monopolios imperialistas que negocian y lucran con estos y estados dentro de los cuales se encuentran los territorios por los que deberían pasar los gasoductos y los oleoductos.
Un acuerdo de 2011 -de 10.000 millones de dólares- entre Siria, Irán e Irak preveía la puesta en funcionamiento de un oleoducto –del campo de South Pars- que va desde el puerto iraní de Assalouyeh hacia Damasco, la capital del Líbano, a través de Irak.
Las autoridades iraníes han dicho que planean extender el gasoducto hacia el Mediterráneo para suministrar gas a Europa, en competencia con Qatar -uno de los principales aliados de Arabia Saudita- el mayor exportador mundial de GNL.
La Revista Global Research sugirió que la negativa de Assad en 2009 de permitirle a Qatar la construcción de un gasoducto que pase por Siria hacia Turquía y la Unión Europea, “encendió la escala completa de asalto de Arabia Saudí y Qatar contra el poder de Assad”.
La conclusión del Pacto Cinco Más Uno entre Estados Unidos e Irán, que tuvo lugar estos días, potenciará estas disputas y esta guerra por los precios y los gasoductos, ya que desde ahora Irán contará con la posibilidad de vender su petróleo a países que lo venían bloqueando.
La reanudación de ventas de gas y petróleo por parte de Irán hacia distintos mercados -gracias a la finalización del bloqueo y las sanciones que pesaban sobre ese país- inundará todavía más al mundo de crudo, agudizando la competencia militar entre los bloques sunita y el chiita.
Al Qaeda, ISIS y la “chequera” yihadista
El conservadurismo religioso de Al Qaeda o el Estado Islámico, que consideran a otros musulmanes como infieles y hacen de la guerra santa como un principio de fe, se basa en la interpretación del islam que los saudíes ha exportado desde hace décadas: el wahabismo.

Mohammed bin Abd-al-Wahab fue un religioso del siglo XVIII, que en su intento de reformar el islam sobre una base puritana vio en la austeridad y el conservadurismo de los beduinos del desierto árabe la encarnación del “verdadero islam”.
Para este predicador, las tradiciones populares, que incluían peregrinaciones a santuarios o lugares considerados sagrados, como las tumbas de Mahoma y sus descendientes, eran prueba del pecado de idolatría en que caían la mayoría de los musulmanes.
Los emires que crearon el reino de Arabia Saudí hace tres siglos se valieron del dogma de Al Wahab para alcanzar la hegemonía sobre el resto de las tribus beduinas de la península. Lo mismo hicieron los reyes que construyeron el imperio petrolero de los últimos años.
Más que el fanatismo de sus fieles, la fuerza del wahabismo está directamente relacionada a las tremendas riquezas que descansan debajo de sus pies. Siendo el mayor exportador de crudo del mundo, Arabia Saudí, disfruta de una fuente casi inagotable de divisas.
Junto con el control de los dos lugares sagrados -La Meca y Medina-  los saudíes poseen una enorme influencia sobre el resto del mundo islámico. Algo que se acentuó con la crisis petrolera de 1973 que disparó los precios del petróleo, y en 1978 con la guerra en Afganistán.
Los muyahidines “los que hacen la yihad”, pavimentaron con su victoria frente a la Unión Soviética el camino afgano para la expansión mundial del islam wahabí. El plan, concebido por Estados Unidos, parecía sencillo: con el apoyo de la Cia, estos milicianos fundamentalistas crearían un muro musulmán de contención al poder rojo y delos otros enemigos yanquis.
Uno de estos milicianos destacados durante esos años por su capacidad para recolectar fondos para los muyahidines entre la elite saudí, de la que era originario, se llamaba Osama Bin Laden.
En la devastación que siguió a la guerra florecieron las madrazas, escuelas islamistas financiadas con petrodólares saudíes, donde los huérfanos del conflicto se formaron en la interpretación religiosa conservadora y extremista seguida por sus generosos protectores.
A partir de la década de 1970, las madrazas se expandieron de la mano de sus principales aliados, los yanquis y el sionismo, que utilizaban a los “talibanes” -estudiantes-  para masacrar a sus rivales, tercerizando sus combates en defensa de lo peor del sistema capitalista.
La actual “guerra” por los precios, el transporte y la distribución del petróleo y sus derivados ha cambiado, en un sentido, la ubicación de una buena parte de estos mujaidines, que en vez de pelear junto a “Rambo” y los marines yanquis acabaron enfrentándolos en Irak e Irán.
Este enfrentamiento, al menos con un sector del imperialismo, ya que el de John McCain y el sionismo pareciera estar detrás de ISIS, significó un salto en de calidad en las contradicciones del imperio, que no cuenta con un mando único para “estabilizar” Medio Oriente.
Kurdistán, centro de las contradicciones y la revolución
Todas estas contradicciones y luchas entre los de arriba con el propósito de mantener e incrementar sus tasa de ganancia tienen su centro más explosivo en la región conformada por el Kurdistán del Norte -Sudeste de Turquía- y el Kurdistán del Sur: Rojava y el norte de Irak.
Allí, donde Revolución y Contrarrevolución se enfrentan de la manera más brutal, la situación Revolucionaria Mundial pegó un salto de calidad, debido al traslado del proceso de Rojava a territorio turco, donde los kurdos están construyendo su autonomía, asambleas y milicias populares.
Este proceso, que empuja el ascenso de las masas en Yemen, Palestina, Bareihn e Irán, tiene al frente a un partido -el PKK- que a pesar de que no levanta un programa consecuentemente revolucionario, ha dado lugar al surgimiento de una multitudinaria vanguardia de jóvenes y mujeres muy radicalizados/as que se han puesto al frente de la lucha.
En la medida en que Erdogan continúe atacando violentamente a los kurdos sin darles prácticamente ninguna posibilidad de negociación, el proceso objetivo empujará a muchos de estos jóvenes a radicalizarse, acercándose objetivamente al programa de los revolucionarios socialistas y los trotskistas.
Los partidos trotskistas tienen que prestar atención a este proceso, solidarizándose con las heroicas masas kurdas y jugándose a empalmar con sus sectores más consecuentes, ya que esa confluencia puede ayudar a gestar la construcción de la dirección revolucionaria que ameritan las actuales circunstancias.

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